LA RELIGIÓN
Desde el comienzo de la historia conocida, los hombres tuvieron creencias en seres extra corporales, extra sensoriales, con poderes superiores a ellos a los que adjudicaron la creación del mundo y por tanto al hombre mismo. A aquellos seres superiores los llamaron dioses. Algunos de aquellos hombres, quizás dotado de más inteligencia o más fuerza, se convirtió en portavoz de aquellos dioses y consiguió tener poder sobre los demás desde el momento que estos aceptaron sus palabras.
El principio fue ir predicando las revelaciones de aquel supuesto Dios hasta conseguir gran número de seguidores. No tardaron en utilizar la guerra, unas veces para defenderse y otras para atacar e imponer su religión a otros.
Primero fueron dirigentes del grupo aquellos que se convirtieron en portavoces de las palabras que supuestamente aquel Dios les había revelado y lo convirtieron en la palabra Divina, a la que todos tenían que obedecer y acatar. Posteriormente aquellas palabras las llamaron Ley, y como provenían de Dios, las llamaron Leyes Divinas. Como aquel Dios era tan poderoso que había creado el mundo y a los hombres, también tenía poder para destruir el mundo y a los hombres y que la muerte era un castigo de aquel Dios por no cumplir las leyes.
Como los hombres siempre han tenido miedo a la muerte, comenzó el temor a aquel Dios al que todos temían, pero que nadie había visto, solo el portavoz y se inventó el miedo. Creado el miedo se inventó el castigo, pero no se trataba de un castigo en la vida, sino algo más duradero y terrible, el castigo después de la muerte, que no solo era el fin de la vida, sino el principio del sufrimiento en un fuego eterno, en un lugar terrible llamado infierno, donde iría una parte invisible de nosotros que llamaron espíritu o alma, que era como una dote que nos había adjudicado aquel Dios en el momento de nacer. Nos hicieron responsables de aquella alma y para que no la lleváramos al fuego eterno teníamos que acatar y cumplir aquellas Leyes escrupulosamente, sin poner ninguna objeción, bajo la permanente amenaza del castigo, en muchas ocasiones terrenal, mediante la tortura y la muerte y siempre con la amenaza del castigo eterno.
Si el incumplimiento de la Ley significaba el castigo, el cumplimiento tenía que ser el premio y para ello inventaron otro lugar al que llamaron cielo, donde todo sería paz, armonía, felicidad y bondad infinita
Aquellas leyes, que llamaron “palabra de Dios”, para darle un aspecto humano, las escribieron en un libro que hoy conocemos como Biblia. Según lo escrito en ese libro, aquel Dios ya adjudicó la administración de las normas o leyes a un grupo privilegiado llamado los Levitas, por ser hijos de Leví, uno de los doce hijos de uno de los primeros personajes del citado libro. El resto, todos los que pertenecían a las otras once tribus de que nos habla ese libro, tenían la obligación de mantener a los” levitas” a los que llamaron sacerdotes, ¿esto de mantener gratis a los sacerdotes os suena?
Si ahora nos regimos por leyes humanas, no debemos olvidar que hemos padecido muchos siglos de entrenamiento en el acatamiento y la obediencia a otras leyes que nos dijeron que eran de origen divino.
Si redujéramos a unas pocas palabras el contenido del libro, bastarían las de, acatar, obedecer, asumir y miedo. El buen cristiano se reconocía a sí mismo como “temeroso de Dios”. Siempre nos presentaron a Dios como un ser vengativo, violento, justiciero y terrible. Los que vivieron y aun viven a cuenta de la religión, el miedo siempre ha sido un arma poderosa de dominio para ejercer el poder y conseguir fabulosas riquezas.
La persona que verdaderamente quiera vivir con una conciencia libre y con un alto concepto de la libertad no tiene que dejarse influenciar por ningún credo o atadura a su conciencia, debe ser ella misma la que se construya su propia moral y tener como única limitación las leyes impuestas por los hombres, exigiendo a la vez que éstas sean justas, que permitan el ejercicio de la libertad y los derechos que como ciudadanos nos corresponden.
Lo que hoy conocemos como libertades civiles, no fue inspirado por ninguna religión. Las religiones nunca condenaron la esclavitud, ni la tortura, ni el abuso de los poderosos de todas las épocas sobre los pueblos. Siempre fueron fieles colaboradores del poder para someter y esclavizar a las gentes. Siempre defendieron la existencia de ricos y pobres como un designio de aquel Dios omnipotente y todopoderoso.
Fue la Revolución francesa la que por primera vez en el año 1789 declaró lo que hoy conocemos como “Derechos del Hombre” y posteriormente ya en el pasado siglo las naciones Unidas aprobaron lo que conocemos como Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Nunca la religión predicó la justicia, se conformó con la caridad, que es un acto voluntario. Si el rico no era caritativo, el pobre se tiene que conformar con su suerte y además en otros tiempos tenía que soportar que le dijeran que su pobreza era un castigo de Dios por sus pecados. Nos predicaron e impusieron la idea que los pobres debíamos resignarnos en nuestra vida terrenal a la miseria porque luego, después de la muerte seríamos recompensados mediante lo que llamaron “justicia Divina”.
Los que tenemos curiosidad por observar el mundo y a los grupos humanos que lo forman, vemos como esos que predican y prometen el cielo para los pobres, procuran acumular gran cantidad de riquezas para construir su cielo particular aquí en la Tierra, por si acaso después no hay otro. Con lo que nos demuestran que no solo hay un cielo, sino dos, el cielo de aquí, que es para los ricos y los poderosos y el cielo de después de muertos, que es para los pobres. Pero si el cielo de después no existe, los pobres y desposeídos solo tenemos acceso al infierno de la tierra, puesto que el cielo de aquí está ocupado por los ricos y poderosos.
Los que no acatamos ni creemos en esos principios, ni acatamos sus doctrinas, somos considerados ateos y según esas mismas doctrinas nos espera el fuego eterno.
Los gestores de la religión, ese grupo de poder, que aquí conocemos como “Clero” siguen acumulando poder y riqueza sin interrupción desde hace muchos siglos. Esas riquezas y ese poder son ilegítimos porque fueron conseguidas mediante el engaño y la fuerza y nunca por elección del pueblo. No estar de acuerdo con esos principios ni con esa situación, aparte de ateo me considero, Libre Pensador y no acepto leyes que no sean las que elaboran los hombres.
José Manuel Ferrero